Por
Elizabeth Fuentes.
Lo que ha
hecho Rayma pasará a la historia del humor político en Venezuela. Con una sola
línea, destruyó el logotipo más poderoso del gobierno. De hoy en adelante, la
firma de Hugo Chávez será el símbolo gráfico de la muerte en un país que dejó
en bancarrota.
Elogiar
la inteligencia y el talento de RAYMA SUPRANI sería una redundancia. Y mucho
más cuando el afecto se atraviesa y podríamos caer en la tentación de meternos
a cursi porque, a estas alturas de la admiración, ya no hay manera de escribir
sobre ella con la elegancia que se merece.
Pero su
última pieza en EL UNIVERSAL, el portazo de adiós que les lanzó en la cara a
los aún desconocidos dueños del diario, la va a catapultar a la historia del
humor gráfico de Venezuela por todo lo que significa. Con una sola línea, RAYMA
destruyó para siempre la firma de HUGO CHÁVEZ y , desde ayer, se le verá
asociada a la muerte. Pero no solo a la muerte del sistema de salud en
Venezuela, sino a todas las otras muchas muertes que se han esparcido por el
país gracias a esa firma.
La firma
que tantas partidas secretas firmó, tantos proyectos inútiles, tanta compra de
votos y voluntades, la misma firma que a tanto corrupto protegió y enriqueció.
La firma que destruyó PDVSA, sentenció a ciudadanos inocentes, catapultó
vanidades y cuentas corrientes, amparó injusticias y deshizo el país una y otra
vez porque detrás de la firma, solo había un buen actor con ambición de poder.
La firma
que, mejor metáfora imposible, aún después de la muerte de HUGO CHÁVEZ, sigue
funcionando para abusar, atropellar, callar y, finalmente, despedir a RAYMA.
Gesto que, por lo demás, sólo sirvió para hacerla más universal porque ahora la
caricatura se paseará por medio mundo para terminarla de posicionar en el
imaginario colectivo, como diría Juan Barreto.
Ojala y a
algún graffitero osado se le ocurra alargar la firma de HUGO en esos horrorosos
edificios de la
Misión Viivienda que destruyeron el urbanismo de la ciudad y
dejaron allí, para siempre, la marca de lo que fue esa firma en vida: la de un
mercader que pagaba el afecto con ladrillos y pocetas.