8 DE MARZO 2014 - 00:01
El pretendido triunfo electoral de Nicolás Maduro en los
reñidos comicios presidenciales venezolanos de 2013 fue en su momento dura y
seriamente cuestionado por la oposición venezolana y por gobiernos como el de
los Estados Unidos. El resultado electoral arrojó menos de 300.000 votos de
diferencia y fundadas sospechas de fraude.
Como fruto de aquellos cuestionamientos y
de las fuertes fricciones políticas que la situación generó, la Unión de Naciones
Suramericanas (Unasur) convocó de urgencia a una reunión de la organización,
que tuvo lugar en la ciudad de Lima. En ella, tras una intensa deliberación, se
decidió saludar a Maduro por los resultados de la elección. En la misma
declaración, se tomó expresamente nota de la decisión de las autoridades
electorales venezolanas, a la que se calificó de positiva, de "implementar
una metodología que permita la auditoría total de las mesas electorales".
La palabra "total" incluida en la declaración no fue casual. No pudo
ignorarse, ni mucho menos minimizarse. Es obvio que tal expresión fue fruto de
un laborioso compromiso político entre los distintos miembros de la Unasur y sus respectivas
visiones de lo acontecido, que no puede interpretarse como apenas una suerte de
componente menor de la anterior decisión.
El reconocimiento de la Unasur a Maduro estuvo muy
lejos de haber sido pleno o incondicional. La delicada cuestión de la necesaria
auditoría electoral fue, por cierto, un componente esencial de la decisión del
organismo regional de saludar a Maduro. Casi una condición.
Claro que la Unasur partió del supuesto
de que esa auditoría integral y completa de los comicios se iba a implementar.
Pero se trató de un craso error, porque los ardides de Maduro sumados al paso
del tiempo permitieron que la visión y la buena fe de gran parte de los 12
miembros de la organización sudamericana fueran burdamente burladas por el
presidente venezolano.
Lo cierto es que la auditoría total
referida por la Unasur
nunca se llevó a cabo y que ella fue, en cambio, reemplazada por una mañosa
serie de auditorías menores, cuidadosamente seleccionadas, que resultaron tan
incompletas como parciales.
De ese modo, no fueron escuchados los
reclamos y pedidos de la oposición venezolana. Tampoco se pudo comprobar la
verdad de lo sucedido, como cándidamente pareció suponer la Unasur que iba a suceder.
Por todo ello, la legitimidad de origen
de Maduro como presidente de Venezuela quedó, desde el vamos, fuertemente
objetada y seriamente lastimada, al margen de la escasa legitimidad de muchos
de sus actos de gobierno, claramente autoritarios y propios de un régimen
dictatorial. Nada de esto puede disimularse ni ignorarse sin falsear la verdad
de lo históricamente sucedido. Particularmente cuando gran parte del pueblo de
Venezuela, que está protestando insistentemente desde hace semanas en las
calles de las principales ciudades de su país, pese a la violenta represión
desplegada en su contra, sabe bien de la burla de la que, en definitiva,
terminó siendo inocente objeto.