El talón de América Diario ABC,
España
Publicado por Carmen de
Carlos el jul 18, 2016
Cuando la vida va tan rápido
como en la última década argentina, a veces, a la gente se le escapa que vive
en un remolino de mentiras. El entusiasmo por los discursos falsos y la
aparente sensación de que un ciudadano es alguien, cegó a muchos jóvenes que,
con el corazón en la mano, creyeron que su Gobierno estaba construyendo un país
mejor. Otros, con la mano en otro lugar, vieron la oportunidad de llenarse los
bolsillos mientras cantaban la marchita peronista y se colocaban lo más cerca
posible de las cajas recaudadoras.
El plan sistemático de
vaciamiento de un país estuvo acompañado por otro de adoctrinamiento. El lavado
y centrifugado de los cerebros fue una operación incluyente. Niños, jóvenes,
adultos, con y sin estudios, pasaron a formar parte de ese proyecto que se
vendía como “Nacional y Popular”. La resistencia a la conquista de voluntades
maleables y de aquellas nacidas para el saqueo, la ofreció la prensa crítica.
El precio a pagar por empresas y
periodistas fue alto: el descrédito permanente, el atropello constante y una
burla hecha escarnio hasta de la enfermedad ajena (recordar la serie contra
Magneto, con cáncer de garganta y el personaje que lo interpretaba).
El Poder Judicial, como
principal cuerpo para sostener la democracia, volvió a fallar en esta década.
Los periodistas suplantaron a los jueces y asumieron, forzados por el contexto,
atribuciones que no le son propias. La desvergüenza de fiscales y magistrados
(hay excepciones, por supuesto) no sacudía las conciencias dormidas de los argentinos
que apuntalaban el proyecto kirchnerista. Por el contrario, ese enorme batallón
se organizaba en las redes sociales y defendía, por las buenas o por las malas,
el delito flagrante que presentaban como una gesta.
Los “intelectuales” (salvo
unos pocos) fueron parte consciente de ese engranaje. Ellos, desde la
Biblioteca Nacional y el aparato del Estado, actuaron deliberadamente para
hacer su guerra con un fin claro: imponer su discurso, su militancia y su forma
de pensar. Hasta se creo una Secretaría del Coordinación Estratégica para el
Pensamiento Nacional, el único tolerable y… no pasó nada. La presidió Ricardo
Foster, el amigo de Pablo Iglesias (junior). Antes de ocupar su puesto los
escándalos del latrocinio del Estado eran conocidos, incluido el saqueo de
Lázaro Báez, presunto testaferro de Kirchner, sobre el que Foster, al ser
preguntado se excusó airado. “ Soy un humilde profesor, a mi qué carajo…”.
En este escenario los
artistas argentinos también hicieron su aporte a la causa y algunos negocio. El
poder necesita de rostros amables, lindos, famosos y simpáticos. También aquí
hubo importantes excepciones. Dos casos las ilustran: Juan José Campanella y
Ricardo Darín, ambos recibieron el castigo público, el acoso y en el caso de
Darín, -por preguntar el origen de la fortuna de Cristina Fernández- hasta una
carta de la ex Presidenta en su FB cuando en Argentina no se movía una hoja sin
que ella lo ordenara.
Resumo el panorama porque
esto no sucedió hace un siglo, esto pasaba hasta el 10 de diciembre y aquí no
pasaba nada. Los argentinos sabían y hasta los que no querían saber se
enteraban porque su “ídola”, enamorada del micrófono y del atril, dedicaba
horas a atacar al “enemigo”. En mi propio Facebook se vivieron discusiones
ardientes por personajes que ahora callan y en alguna ocasión, hasta insultos y
ataques de grueso calibre. La fiebre de la doctrina kirchnerista alcanzó a
colegas de la prensa internacional que, también ahora, se hacen los distraído y
no recuerdan que olvidaron su obligación a tener una mirada crítica y más con
lo que estaba pasando. En este blog hubo quien, siempre bajo el anonimato,
llegó a amenazarme desde las oficinas de un banco, por cierto, español.
En la Argentina de
ayer, la de hace siete meses, pasaban
estas cosas de otro siglo. Hoy, con los jueces despabilados y los arrepentidos
hablando y enviando vídeos, los argentinos no pueden, como hacían antes, negar
la evidencia. Pueden sorprenderse de la falta de límites al ver, junto al botín
de un monasterio, a unas monjas que lo son a medias y hasta una resulta
guerrillera. Puede resultarles impúdico comprobar cómo Florencia Kirchner, que
jamás trabajó en su vida, guardaba millones en cajas de seguridad y pueden
hasta repetir las estupideces que dice Victor Hugo Morales pero, esta vez,
ninguno puede decir eso de: Yo no sabía.