Por Luis
García Mora | Caracas, Venezuela. 10
de abril, 2016
Se rompen
los diques del comportamiento y del orden social. De la legalidad en todos los
niveles. Desde el Alto Gobierno (qué tristeza) hasta las desasistidas barriadas
de Caracas y del resto de las ciudades del país.
Navegamos
en un estado de confusión, de alteración. Especialmente del orden público y
social, en esta mezcla informe de revolución, rebelión y revuelta. De
disturbios y sublevaciones públicas y de agitación sin propósito definido.
Desde
quienes siembran la confusión y se levantan contra la autoridad, pasando por el
desobediente y el indócil, hasta el delincuente y el asesino. Es el presente
tumultuoso y caótico mezclado con una supuesta visión cosmogónica e histórica,
convertida en acto o, como decía Octavio Paz, violencia lúcida.
Como Chávez
con su intento de golpe de Estado del 4 de Febrero del 92 , Maduro hoy, en su deseo de
realizar cambios constitucionales sin cambiar la Constitución, actúa desde los
órganos del Estado. Con un grupo militar, dadas las recientes declaraciones del
ciudadano ministro de la Defensa, general Padrino López que, de acuerdo con
Control Ciudadano, constituyen un atentado contra el poder legítimo, como lo es
la soberana Asamblea Nacional, electa mayoritariamente con el voto del poder
popular.
Y más
grave: en este devenir continuo de desobediencias institucionales en las que el
Tribunal Supremo se alza y se alzan además la Contraloría y la Fuerza Armada y
sus componentes, al oficialmente instruirles a sus jefes que desobedezcan las
soberanas citaciones del Parlamento en contra de lo establecido en la
Constitución y las leyes, se está dando comienzo a la sucesión de faltas que
amenazan la estructura del Estado mismo.
El voto
comienza a perder sentido.
Las
instituciones soberanas comienzan a perder sentido.
Y a perder
sentido el Estado mismo.
Los hechos
dictan sus consecuencias. El bailoteo a que se está sometiendo el aparato legal
constitucional manipulándolo hacia todos lados según convenga, está siendo
espejeado por los diferentes sectores de la sociedad, que también comienzan a
saltarse la ley a su manera.
Desde el
Alto Poder se está consumando –voluntaria o involuntariamente– la ruptura de
los pactos de convivencia.
Y lo peor,
comienzan a no sentirse las desemejanzas entre este accionar casi delictivo
–del verbo latino delinquere, que significa abandonar, apartarse del buen
camino, alejarse del sendero señalado por la ley– que intenta desconocer
olímpicamente la esencia constitucional democrática de nuestra soberanía como
pueblo.
Con su
peligrosísimo y evidente impacto simbólico y multiplicador en los diferentes
estamentos de la sociedad venezolana, particularmente en las inmensas barriadas
de Caracas y el resto de las zonas urbanas del país, donde hoy está campeando
sin control el hambre, la miseria y la muerte, con la constante violación de la
ley y la vida, por esta reciente e increíble expansión de las redes
delincuenciales. Redes que están pasando a dominar nuestras propiedades y
nuestra cotidianidad, dentro una espiral tan vertiginosa como la inflacionaria
y donde, por ejemplo, un nuevo líder del Cementerio y El Valle en Caracas,
alias “Lucifer”, es capaz de imponer un toque de queda.
Es la
descomposición.
Y el
espejeo es alucinante.
Según el
viejo sabio sacerdote Alejandro Moreno, (con sus más de cincuenta años
sumergido en Petare), los perfiles del delincuente venezolano son los mismos de
los gobernantes actuales.
“No asumir
ninguna responsabilidad por los propios actos; afirmar su yo sobre y contra
todos los límites; lenguaje centrado en el yo; los problemas vividos siempre
como el yo, nunca como de los demás; y la búsqueda del dominio y el
protagonismo siempre y en todo”.
Y para
convencernos sólo bastaría echarle un ojo a la memoria de aquel “Aló
Presidente” mesmérico de Chávez o las agobiantes cadenas o programación
continua del presidente Maduro o de Cabello, para sentir los signos evidentes
de claustrofobia de un mundo centralizado en sí mismo.
La
implantación por años y años del mensaje del poder como valor único, por encima
de todo y de todos.
Del Estado
soy yo. De un Estado-Gobierno-Partido que en la fantasía de cualquier Steven
Spielberg dibujaría el personaje de un mega-pran, que crea sistemas paralelos
al margen de una legítima gobernabilidad, rebelde a toda forma racional
–nacional e internacional– de control.
Un Estado
que cada vez se parece más al delincuente violento. Que culpa a los demás de
sus errores y desviaciones, y se relaciona campechanamente con el sector transgresor
de la población.
Un Estado
que se alimenta ideológicamente y materializa sus distintas acciones dentro de
otras distorsiones sociales, fomentando el estilo de malvivientes fanáticos que
ensalzan la violación de la propiedad privada como un logro o apedrean un canal
de TV independiente o impiden, con el uso de la violencia, una marcha
opositora.
Atravesamos
este difícil trance sin ninguna orientación de poder sabia, madura, civilizada.
Observamos
pasmados que no hay Estado, o peor, que el Estado efectivo es el que imponen
los grupos criminales. Que hay dos sectores de la sociedad que nunca se han
comunicado. El que, como dice el padre Moreno, representa al del cerro, y el
otro, que representa al del edificio. Y que lo primero que nos viene a los ojos
es la drástica disminución de la edad de estos preadolescentes victimarios y
víctimas.
Está
naciendo una red de pequeños ejércitos.
Un
verdadero Estado debajo del Estado formal, ineficiente y vacío, que rige la
conducta y la manera de vivir de las personas.
Motivado
fundamentalmente por el dinero (que los amos del régimen saquean casi
públicamente y lo exhiben en esta Venezuela que es percibida ya como el país
más corrupto de América Latina). Y por un respeto y prestigio cimentado sobre
el que más tiene, el que más roba y el que más intimida.
Sobre el
miedo.
La Policía
Nacional Bolivariana atraviesa una crisis estructural. Asesinan a tiros y
posteriormente queman al jefe de la Brigada Motorizada de Policaracas.
Asesinan a
un PNB junto a su esposa y luego los queman frente a sus hijas. Las autoridades
sostienen que la familia fue secuestrada en El Paraíso, cerca de la Cota 905.
Masacre:
Diez muertos deja guerra entre bandas en El Valle.
150 hombres
de tres grupos llegaron para acabar con la banda de “Franklin, El Menor”.
ADENDA
Toda
nuestra historia ha estado signada por la visión pesimista que nuestras élites
tienen del pueblo venezolano. Y ese pesimismo ha sido radical hasta en El
Libertador Simón Bolívar.
Para él el
venezolano no está incapacitado sino estructuralmente inhabilitado para la
modernidad. No puede ser moderno. En consecuencia, lo que está planteando es
cambiarlo o eliminarlo.
Un
pensamiento que ayudó a crear una modernidad “compasiva”, de herencia hispana y
católica, que intentó incorporar al venezolano al estilo de Copei, junto a otra
visión “comprensiva” al estilo de AD.
Y el cambio
que llega con la “modernidad” de la izquierda cabalgando sobre Chávez quiere
“transformar” (no incorporar) al venezolano, para buscar ese “hombre nuevo”
¿hegeliano?, en un proceso que obliga a la eliminación de lo anterior para
producir, como dice Alexander Campos, “algo nuevo en la síntesis de los
contrarios, donde no quede ni lo nuevo ni lo viejo”.
Por eso
quienes llegaron con Chávez quisieron acabar con todo para producir algo.
Y hoy, para
quienes aún sobreviven alrededor del presidente Maduro (imagino a Jaua, Jorge
Rodríguez, etcétera), su revolución es sin duda un pensamiento, una cosmovisión
o “visión del mundo” o Weltanschauung. Y por eso la confrontación es tan
importante como respuesta. Que es la raíz pesimista del problema.
No los van
a convencer con el diálogo.
Como élite
ellos también ven al venezolano desde una modernidad antigua. Nunca se han
considerado parte del pueblo venezolano, sino otra cosa. Y además destinados a
dirigir esto a un destino mucho mejor “para él”.
De manera
que el problema es que la izquierda que entra al Gobierno con Chávez no plantea
la incorporación del pueblo a un proyecto de modernización, porque
estructuralmente el proyecto no puede ser moderno. El “nosotros” para ellos es
el lumpen.
Pero no
pueden realizar su proyecto sin una noción de pueblo.
Y en este
sentido, me dicen que para Rigoberto Lanz, uno de sus ideólogos, en el pueblo
se concentraba “todo lo que nosotros debemos eliminar para ser modernos, todos
los vicios que ustedes están alabando”.
Y como
quien valoró esa posición asistencialista comprensiva del pueblo fue AD, por
ello Chávez jamás le perdonó –ni los que sobreviven con Maduro– haber colocado
al pueblo en posición de Gobierno, haberle dado valor.
Dos
coincidencias entre Gobierno y oposición: el menosprecio del pueblo. De ahí la
desconexión ante la crisis.
¿Y qué ha
pasado? Que en este momento ese 76.5 de pobreza se ha dado cuenta de que el
chavismo los consideró una simple excusa, un comodín. No su razón de ser.
Que la
palabra pueblo sirve a los transgresores como la gran justificación que los
hace impermeables a la justicia.
El pueblo
como escudo entre la Justicia y el ladrón. Más el otro escudo, muy resbaloso e
inasible, al que se recurrió en los barrios y las cárceles: el malandraje. Ese
enemigo a quien temen los ciudadanos y que está comenzando a jugar un papel muy
extraño.
Se dice que
hace dos años aquí rompieron el pacto con ese “pranato” nacional y aquel está
formando hoy un Estado por su cuenta. De ahí la feria de pandillas, equipadas
con el armamento más sofisticado en calles, avenidas y territorios. Con
masacres sucesivas. Una verdadera guerra urbana que se solapa en la mirada de
las autoridades.
Como por
ejemplo en El Valle. Según la periodista Angélica Lugo, los graffitis marcan el
territorio en la parte baja del sector Cerro Grande del barrio 19 de Abril.
Incluso los funcionarios de Policaracas y de la Policía Nacional respetan las
áreas delimitadas por la banda Carro Loco, que mantiene cercados a los vecinos
de la zona.
Se dice que
estamos en plena formación del GGV (Gran Grupo Violento) que ya tiene un eje
que domina el gran Centro Norte Costero desde Anzoátegui hasta Puerto Cabello,
conformado por 3 grandes grupos: 1) El de “Lucifer”, que domina el eje desde El
Cementerio hasta Coche, 2) El “tren (imagen que significa la agrupación de
varios vagones) de Aragua y Carabobo”, cuyo límite jurisdiccional es Tejerías.
Y 3) “La hermandad del Picure” (la cabeza que ha imaginado todo esto), desde el
Norte del Estado Guárico hasta Ocumare del Tuy. Organización criminal que, según,
maneja una nómina de más de 100 millones de bolívares semanales.
Imagine el
trabajo delincuencial necesario para mantener esos volúmenes.
Y ¿quién
les dio el germen (militar, ideológico) para empezar esto?
Las “Zonas
de Paz”.
Como en una
novela de James Ellroy, “Lucifer”, gran unificador de las “mega bandas” de El
Valle, Cota 905 y El Cementerio, está pagando en dólares por policía muerto.
El Estado
no existe ni en el papel.
Y el
gobierno hace que el voto comience a perder sentido. Que las instituciones
electas, que el estado mismo comience a perder sentido.
Los hechos
dictan sus consecuencias.