MARSOLAIRE QUINTANA16 DE JUNIO 2013 - 12:01 AM LA NACIÓN BUENOS AIRES
El 28 de
junio de 1963 se publicó la primera edición de Rayuela. La capital argentina se
presenta como un mapa literario para seguir las letras del escritor calle a
calle.
Como si
se tratara de Rayuela, novela que cumple medio siglo de publicada este
año, Buenos Aires puede ser leída de manera azarosa. Perderse de modo
voluntario entre sus calles es la consigna para quien desee advertir en ella el
rastro de su narrativa.
Julio
Cortázar sigue siendo un referente de la literatura argentina contemporánea.
Aunque él mismo contribuyó en la formación de su imagen mítica, algunos de sus
admiradores –similares al Club de la Serpiente de la misma Rayuela– han incentivado una
especie de culto que los moviliza a emprender un viaje a su obra a través de
las ciudades en donde vivió.
Su
estampa ha estado muy vinculada a la vida parisina y por esa razón el turista
literario suele desestimar al Cortázar porteño. Sin embargo, hay razones para
pensar en la capital argentina como el sitio en donde el escritor entra por
primera vez a lo fantástico y se inserta en un mundo de galerías, pasajes,
cruces entre esquinas y avenidas monumentales. Por eso hay recorridos a partir
de la lectura de sus primeros libros. La Ruta Cortázar puede
hacerse, así, en varias etapas y de varias formas.
Páginas
bonaerenses
Abriendo
Buenos Aires al azar, uno puede situarse en medio de la plaza Miserere, en
Balvanera. Se le conoce también como plaza Once por estar frente a la estación
homónima del Ferrocarril Sarmiento. Sitio de encuentro y de comercio desde
inicios del siglo XIX, confluyen allí las avenidas Pueyrredón y Rivadavia. La
plaza tiene en su centro el mausoleo de Bernardino Rivadavia, obra del escultor
Rodrigo Yrurtia, representando la única tumba de un prócer argentino en un
contexto similar.
Se siente
el eco del antiguo café en el que Delia Mañara, la inquietante envenenadora de
novios de “Circe” (Bestiario), toma helado por las tardes veraniegas.
Posiblemente se trate de “La
Perla ”, en donde jóvenes escritores como Jorge Luis Borges,
en la década de 1920, se reunían para escuchar hablar a Macedonio Fernández. En
“La escuela de noche” (Deshoras), Cortázar ubica allí a Nito y a Toto tomando
“un cinzano con bitter”, en los años treinta, mientras planificaban una
incursión nocturna al recinto en el que estudiaban.
A pocas
cuadras de plaza Miserere se encuentra la Escuela Normal
Mariano Acosta, sobre la calle General Urquiza 277. Allí Cortázar se gradúa
como profesor normal en Letras en 1935. El gran edificio data de 1889 y está
rodeado en la actualidad por pensiones familiares. En esta obra del arquitecto
italiano Francesco Tamburini, artífice de la Casa Rosada y del
Teatro Colón, pueden verse las altísimas rejas por donde Toto huye despavorido
de su aventura juvenil.
Otra vez
puede abrirse al azar el inmenso libro urbano y encontrarse, a tan sólo diez
cuadras, con el barrio de Almagro. En la intersección de las avenidas Medrano y
Castro Barros, interrumpida por la avenida Rivadavia, se abre un abanico de
confiterías y cocheras. Para Mario, el otro protagonista de “Circe”, este cruce
era el puente que posibilitaba una vida singular. Es fácil imaginarlo tomar la
merienda en el café Las Violetas, fundado en 1884. Provisto de hermosos vitraux y
un techo de doble altura ricamente decorado provee a sus comensales de una de
las meriendas más alucinantes: el menú “María Cala Victoriano” que, además de
incluir porciones de tortas y servicio de té o chocolate, ofrece una copa de
champaña.
Al salir
de Las Violetas y vía Almagro es posible toparse en la estación Loria del Subte
A, con Claudia y Medrano, protagonistas de Los Premios, la primera novela
del escritor y antecedente de Rayuela. Para Medrano el viaje de 10 minutos
que la separan de la estación Perú lo ayudan a refrescarse, mientras hojea con
avidez el diarioCrítica.
Antes, se
puede desembarcar para visitar el Monumento de los Dos Congresos. Esta obra del
arquitecto paisajista Carlos Thays conmemora el Centenario de la Independencia
argentina en 1910. El espectáculo visual que produce el conjunto, integrado por
las tres plazas –del Congreso, Lorea y Mariano Moreno– refleja el proyecto
urbano pensado para la capital del país que, por aquellos años, parecía
invencible.
Como un
buque encallado en Callao con Rivadavia, restalla contra el cielo la silueta de
la torre de la
Confitería El Molino, obra del arquitecto Francisco Gianotti.
En un banco situado al frente Oliveira, de Rayuela, rumia sus
alucinaciones con la Maga. Se
levanta y camina sin rumbo hasta la avenida Corrientes al 1300, frente a la
pizzería Los Inmortales o tal vez Güerrín, luego continúa ensimismado y
Cortázar lo incita a cruzar hacia Libertad.
Apenas se
dobla hacia esta calle de angostas veredas aparecen los avisos de joyerías. La
libertad dorada culmina al llegar al cero en la nomenclatura y luego salta,
como en la rayuela, hacia la
Avenida de Mayo. En esta intersección puede hallarse al
hombre sin cabeza de “Acefalía” (Historia de cronopios y de famas) buscando
recuperar alguno de los sentidos perdidos, allí donde “proliferan las frituras
originadas en los restaurantes españoles”. Quizás el propio Cortázar haya
degustado la ensalada de pulpo y gambas o la paella del Restaurante Hispano,
abierto desde 1957.
Brinco de
rayuela
Ya sobre
Avenida de Mayo se abre la estación Lima del subterráneo. En uno de los vagones
La Brugeoise ,
descontinuados hace dos meses, viaja Carlos López, el alter ego de
Cortázar en Los Premios. Al bajarse, entra al bar London City para
conversar con el doctor Restelli mientras bebe una Quilmes Cristal. Cuando
salga, cualquier lector podría imaginarse un extraño cruce entre él y el
hermano de Irene, de “Casa Tomada” (Bestiario), que en la ventana de su casa de
Rodríguez Peña decidió recorrer las librerías cercanas por si hay alguna
novedad en literatura francesa.
Si se le
ocurriera lo mismo que al protagonista de “El otro cielo” (Todos los fuegos el
fuego) pudiera buscar esos libros en algún escaparate de la parisina Galerie Vivienne,
a la que se entraba en la ficción por alguno de los dos accesos del Pasaje
Güemes. Diseñado también por Gianotti, su techo está coronado por una cúpula
redonda vidriada y cuenta, entre otros detalles, con pilastras de mármol
Boticcino en su corredor. La ornamentación crea la sensación de ser esa “cueva
del tesoro” en la que convive una simultaneidad de tiempos.
Tal vez
la belleza de este viaducto hacia otras realidades induzca al turista a querer
atravesarlo. Por tal motivo Cortázar solía señalar que los pasajes eran su
patria. Y esto tan sólo puede entenderse si se camina por Agronomía, como Clara
en “Ómnibus” (Bestiario), saboreando el sol “roto por islas de sombra” que
producen los árboles enfilados, entre Tinogasta y Zamudio, como columnas
vegetales. En el departamento 3°-7 de Artigas 3246, barrio de Rawson, residió el
autor entre 1934 y 1951 con su madre y su hermana Ofelia, tras su infancia en
Banfield.
Al
visitar el barrio de su juventud se comprende lo fantástico en su narrativa.
Las manzanas están atravesadas por el capricho de calles que dibujan una
especie de rayuela. Estos pasadizos, labrados también por jardines sinuosos,
contienen salidas inesperadas y retornos sorpresivos. El conjunto formado por
el edificio, la plazoleta y las casas contiguas, aluden de manera directa a la
periferia parisina. Puede afirmarse, entonces, que la París de Cortázar expresada
en el distrito en donde escogió vivir hasta su muerte es, en verdad, la
recreación del pequeño oasis de Agronomía.
Para el
lector cortazariano la ruta porteña de su narrativa implica, ciertamente, una Vuelta
al día en 80 mundos, en donde se recorren otras Geografías. También puede
significar navegar hasta La otra orillao cruzar Las puertas del
cielo. Se viaja por el sentimiento de no estar del todo en un mismo sitio,
tal como lo planteó en su obra y en su propia existencia el Cronopio Mayor.
“París es
una enorme metáfora”
Julio
Cortázar comienza a esbozar París en Las armas secretas. En la rue de
Richelieu, en pleno barrio del Palais Royal, el protagonista de “Cartas a mamá”
recuerda el caserón familiar de Flores y el café de San Martín y Corrientes.
También en la ruta que, desde la capital francesa hasta la comuna de
Saint-Cloud, emprende en auto la Madame Francinet de “Los buenos oficios”.
Cada año
decenas de sus lectores viajan a la Ciudad Luz , entre otros motivos, para sentirse un
poco partícipes de Rayuela. Su cartografía ha sido dibujada por muchos de
ellos. Hay una París-Rayuela conformada –entre otros lugares– por el Pont
Marie, desde donde Oliveira ve el amanecer bajo la lluvia; o la librería de la rue de
Verneuil, donde La Maga
juega con un gato; o el Carrefour de l’Odéon, sitio en donde Horacio come
hamburguesas.
Es
obligatorio el paseo por la Galerie Vivienne, en el número 6 de la
calle homónima. Diseñada por François Jean Delannoy, se abrió al público en
1826. En su entrada por la rue des Petits-Champs hay unas
cariátides que sostienen un balcón, muy parecidas a las del Pasaje Güemes. En
el segmento de la rue de la
Banque , se encuentra la Librairie Ancienne
Moderne, una de las favoritas del escritor.